PIEDRAS DE FUEGO. Sobre Quiero cantar sobre el cielo que cae de Samuel Labadie. Espacio Abisal Bilbao. Texto de sala, 2010.

No he visto ni una sola obra de esta exposición. Pero conozco el trabajo de Samuel Labadie. Creo que entiendo como piensa, como actúa. Su obra habla siempre de la figura poco práctica del artista. Para ello, Labadie suele tomar distancia. Distancia literaria, histórica, científica… investigaciones ajenas al arte que le permiten fabular con la realidad. Distancias que le llevan a desdoblarse en otros personajes. Personajes que buscan respuestas que nunca encuentran.

Samuel Labadie es un cronista que relata con imágenes. Un narrador de historias atrapadas entre la realidad y la ficción. Alguien que usa el arte para construir relatos que se interrogan sobre la propia condición del arte.

Sólo conozco dos elementos de la exposición: su título y una pintura del siglo XVI que representa una tormenta de meteoritos. El artista me invita a escribir. Y lo hago. Para ello, pienso en la figura del místico, y en la analogía entre la mística y el arte. Me parece una buena distancia para hablar de la obra de Samuel Labadie. Al no haber visto la exposición, mi escritura supone un ejercicio visionario.

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La imagen es impactante. La percepción temerosa por parte de un grupo de hombres de una inesperada e incomprensible tormenta de meteoritos. Sigo pensando en el místico, y tres son las cosas que me interesan:

Su carácter pasivo en oposición a la condición activa del héroe. Sus visiones no responden a un gesto de valentía, sino a un estado de pasividad total; una suerte de visión interior, de éxtasis absurdo.

Su relación flexible entre aquello universal y aquello insignificante. El discurso místico es capaz de transformar un detalle en mito. Algo que también hace el arte.

La baja relevancia del místico para/con su sociedad. Una irrelevancia que lo asemeja al perfil atípico y disfuncional del artista.

Observo la imagen. El espectáculo sublime y aterrador de una tormenta de meteoritos en el siglo XVI. La ciencia de la época no tiene respuestas para esto, así que la experiencia del meteorito deviene espiritual, mística, apocalíptica… Me fijo también en la iglesia gótica y las casas; y en la personificación del sol, que se erige como culpable de tal castigo divino. Me atrapa la representación simbólica (casi abstracta) de los meteoritos como bolas rojas (de fuego) y negras (de piedra) que caen del cielo. Pienso en la fascinación de Samuel Labadie por las piedras. Pienso en el carácter matérico y espiritual que Roger Callois ve en ellas. Y en los éxtasis de Hildegard von Bingen, mística y visionaria del siglo XII. Y me imagino a Labadie leyendo, dibujando y trabajando en su taller sobre Quiero cantar al cielo que cae,  una exposición, intuyo, a medio camino entre el arte conceptual, la mística y la metafísica.

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