Para el místico, lo fundamental es indisociable de lo insignificante. Es esto lo que realza lo anodino. Algo se agita en lo cotidiano. El discurso místico transforma el detalle en mito.
Michel de Certeau
Toda mística es exceso, el místico no debe tener miedo al ridículo si quiere llegar hasta el fin de la humildad o hasta el fin del goce.
Milán Kundera
Parto para burlarme del mundo
Simeón de Emesa
La fábula mística es una exposición colectiva que, centrada en la práctica del dibujo, explora las similitudes y analogías entre la figura del místico y la del artista actual a través del carácter disfuncional que ambos mantienen en relación a su entorno. Una disfuncionalidad o ausencia de practicidad que permite entender a ambos como dos posiciones extremas liberadas de lo normativo y capaces por tanto de incidir de un modo imprevisto y singular en aquello que nos rodea. Es decir, una flexibilidad discursiva – tanto la del místico como la del artista – que prioriza la fe y la creencia ciega en aquello que se hace por encima de aspectos categóricos como la lógica, la evidencia o la verdad.
En este sentido, la propuesta parte directamente del ensayo La fábula mística que Michel de Certeau escribió en 1982. Un análisis exhaustivo del misticismo cristiano durante los siglos XVI y XVII que, pese a plantear un punto de partida ajeno y marginal a los discursos habituales en arte, favorece un paralelismo paródico – y sobretodo autocrítico – entre la condición sagrada del místico y la condición profana del artista. Dos perfiles distantes y diferenciados entre si, pero que a su vez comparten una estrecha complicidad: la capacidad por creer en aquello que no es seguro (ni demostrable) y la confianza máxima en unos ideales improductivos. Algo que, quizás, sólo podemos entender desde terrenos tan cuestionables, difusos y disfuncionales como el arte o la religión.
La fábula mística confecciona un diálogo cruzado entre cinco artistas: Abdul Vas, Claire Harvey, Sinéad Spelman, Françoise Vanneraud y Raúl Díaz Reyes. Una dialéctica que genera una narrativa subjetiva y fragmentada en cinco capítulos complementarios – uno por artista – para confeccionar un metarrelato surgido de estudios sobre mística pero centrado directamente en el ámbito del arte contemporáneo. Un distanciamiento voluntario de la práctica artística que, precisamente, toma distancia para abordar, desde una óptica más radical y menos estandarizada, la compleja y ambigua condición del artista en la actualidad.
Siguiendo fielmente el título propuesto por Certeau, la exposición invita a un acercamiento irónico a dos conceptos claves en arte. Por un lado la fábula, ejercicio de intensidad literaria que mezcla realidad y ficción para favorecer una lectura simbólica (pensemos en la moraleja); y por el otro la mística, una disciplina denostada y marginal que se aleja de lo convencional bajo el objetivo de acceder a una verdad “superior” que nos queda velada. Y ahí, en esa posición intermedia entre la búsqueda incansable de lo divino por parte del místico, y el esfuerzo también incansable del artista por descifrar la realidad, es donde se entrecruzan ambos roles para ofrecer, a medio camino entre la fe y el descrédito, una aproximación crítica a la funcionalidad social del artista.
La fábula mística analiza la figura del artista desde un esquema flexible y desmitificador: más allá de cualquier atisbo de genialidad que le haga especial, el artista simplemente opera como una suerte de fabulador místico que, redimido de toda regla, es capaz de apostar – aún a riesgo de dañar su credibilidad, e incluso dañándola – por otras posibilidades de percepción y significación del entorno inmediato. Posibilidades extraordinarias (y no por maravillosas, sino por ajenas a lo ordinario) que no pasan por la razón o la lógica, tan siquiera por la búsqueda de una rentabilidad, y que ofrecen interpretaciones únicas no previstas de antemano, y sobretodo un nivel de autocrítica poco frecuente. Lecturas de baja relevancia pero que, precisamente por esa escasa repercusión, pueden problematizar y cuestionar aquello que somos de manera más profunda y certera que otros ámbitos de nuestra vida diaria.
Antes de abordar cada una de las piezas de la exposición y vislumbrar así los cinco casos de estudio que recoge La fábula mística (el exceso, lo mínimo, el desdoblamiento, el cuerpo y la alteridad) es necesario fijarse en dos aspectos básicos en la analogía artista –místico que intentamos dibujar. En primer lugar, la capacidad de ambos para enfrentarnos a ideas fundamentales desde lo insignificante e irrelevante. Un equilibrio entre opuestos que les lleva a explorar los límites de lo veraz a partir de la carga simbólica de sus detalles más banales y anodinos. En segundo lugar, el carácter pasivo (la no-acción) de la experiencia mística; algo estrechamente relacionado con la experiencia sensorial y mental del trabajo en arte, y especialmente con la habitual recepción pasiva y distanciada por parte del espectador.
El exceso
Si una de las características básicas del estado del místico es precisamente su porte excesivo (una obsesión que en su caso le lleva al éxtasis), este parece ser también una de las constantes básicas en la obra de Abdul Vas (Maracay, Venezuela, 1981). Un dibujo figurativo, gestual, frenético y agresivo que construye una simbología delirante definida a base de dos obsesiones principales: los pollos (aproximación paródica al mito del hombre-pájaro) y el grupo australiano de rock duro AC/DC. Dos ejes temáticos que le llevan a un trabajo de especulación y fabulación mitológica sobre la construcción social del poder que, tanto formal como conceptualmente, se nutre de esquemas heredados del mundo del cómic y la ciencia-ficción para seducirnos, inquietarnos y alertarnos, cual visionario, de lo que (inevitablemente) está por venir. Un fábula a medio camino entre lo ingenuo y lo perverso que, como si de un juego infantil se tratara, nos remite a una nueva era – una especie de futuro inminente – en la que seres superiores a la condición humana dominarían el mundo imponiendo así otros códigos de justicia, poder y orden. Un mundo en el que las aves – símbolo de independencia y libertad – y AC/DC (el poder absoluto) marcarían unas nuevas reglas. Un mundo paralelo, excedido y grotesco que el artista suele diferenciar bajo el nombre ficticio de Kippenland.
American Truckers (serie de dibujos de gran tamaño que el artista inició en 2005) sigue en la misma línea de intereses de Abdul Vas y, cercano a la serie Cincinatti (dibujos y pinturas sobre aves humanizadas y convertidas en agresivos y totémicos jugadores de béisbol, otra de sus grandes obsesiones) retoma el imaginario americano del exceso y la saturación para dar forma a monstruosas y simbólicas máquinas de velocidad y muerte. Un gesto metafórico en el que delirantes camiones – una especie tanques preparados para la batalla, evidentemente pilotados por aves – se erigen como iconos mecánicos del advenimiento de una nueva época de gloria que, como es habitual en cualquier tipo de poder autoritario, denota una imposición jerárquica que destruye y ningunea los valores anteriores (en este caso, los del ser humano). Al fin y al cabo, un poderoso y a la vez insignificante sistema de resistencia ante lo impuesto.
Lo mínimo
Si la experiencia mística existe a través de aquello más anodino e insustancial y, como apunta Certeau, el discurso místico transforma los pequeños detalles en mito, o en símbolos universales de fe, el trabajo de Claire Harvey (Wing, Reino Unido, 1976) parte de lo mínimo y lo insignificante para dar forma a un microcosmos poblado de personajes anónimos que transitan hacia ninguna parte. Una suerte de fragmentos de vida en minúsculas que favorecen una exploración meticulosa de la condición humana a base de aspectos como la soledad, la melancolía o directamente el aislamiento.
Experiencias mínimas – hombres y mujeres que observan, caminan o simplemente restan silenciosos – de clara influencia cinematográfica (quizás el principal referente de la artista) que potencian además su insignificancia a partir de los sencillos materiales y recursos que Harvey usa en sus obras. Transparencias retroproyectadas sobre el muro, dibujos sobre post-its, cinta adhesiva o pequeños cristales u objetos que conforman un mundo tan cercano, reconocible y propio que altera, tensa y desvirtúa la percepción que tenemos de nosotros mismos. Por tanto, una poética del gesto mínimo que, como ocurre con la visión mística, se transforma en momento fugaz de intensidad máxima.
Untitled (Easily Removable), 2009 supone un coreografía visual en blanco y negro de personajes anónimos y solitarios que, dibujados directamente sobre trozos de celo, recorren el muro sin destino alguno. Una narración expansiva y no-lineal que se nutre de escenas secundarias sin finalidad aparente para construir una trama argumental repleta de expectativas voluntariamente no resueltas. Un tipo de relato fragmentado próximo a la noción de suspense del cine negro que enfrenta al espectador a una contemplación individualizada y activa, ya que él será el único encargado de dotar de significado a aquello que ve.
El desdoblamiento
Entendemos como desdoblamiento la huída temporal y fugaz del ego – la instancia psíquica que identificamos como nuestro yo reconocible – hacia una experiencia de liberación que lleva a un estado distinto (aunque complementario, paralelo) al de nuestra identidad habitual. Un desdoblamiento propio de la redención del místico, y frecuente también en el trabajo de artistas que confeccionan su discurso desde la construcción de un alter-ego que – fusionando así la primera y tercera persona del singular – deviene en auténtico protagonista de sus historias. En este sentido, el trabajo de Sinéad Spelman (Irlanda, xxxx) se centra en una labor de desdoblamiento obsesivo en el que, mediante un personaje recurrente tratado cual máscara, la artista exhibe indirectamente toda una serie de acciones que hablan sobre ella misma.
Dibujos de factura simple y directa que dan vida a un personaje femenino que, cercano de nuevo a la pasividad y a la no-acción del místico, se enfrenta continuamente a pequeñas acciones de baja espectacularidad y peligro latente que la sitúan en continua situación de búsqueda de algo que no consigue encontrar. Una puesta en crisis de su propia identidad como artista que fantasea con los márgenes de lo posible para dar lugar a un sinfín de aventuras antiépicas repletas de situaciones ambiguas e inverosímiles. Un juego de contrarios que abre múltiples posibilidades de interpretación: algunas amables e ingenuas y otras grotescas y oscuras.
Para la exposición, Sinéad Spelman incorpora una serie de dibujos recientes en los que dicho personaje lucha sin ánimo contra toda una serie de adversidades invisibles. Una narrativa en la que obras como Boxer (2010) – en la que el personaje aparece con unos guantes de boxeo dispuesto a pelear con clara actitud de derrota –, Edge of invisible (2010) – en el que su alter-ego aparece sentado y pasivo ante una gran negrura -, o Pyramid (2010) – donde le vemos preso dentro de una trama piramidal – dan buena prueba de dicha tarea de desdoblamiento y lucha antiheroica.
El cuerpo
La experiencia mística plantea una fuerte presencia performativa, tanto por temporalidad (la visión fugaz) como por presencia corporal (lo sensorial como vehículo de acceso a lo divino). Una performatividad latente que, pese a la pasividad de dicha experiencia, convierte el cuerpo en eje central de su comunicación espiritual. El cuerpo como un todo, como un territorio complejo que enlaza con el tratamiento cartográfico que de él hace Françoise Vanneraud (Bouée, Francia, 1984) en su proyecto Recordando experiencia (2010), un ensayo formalista en el que la corporeidad de diferentes personas reales – concretamente inmigrantes que han realizado largos viajes – se torna un paisaje extraño que, transformado en síntesis visual de su periplo, se aproxima a la visión mística.
La obra de Françoise Vanneraud se centra en el análisis de aquellos aspectos irrelevantes y carentes de importancia que definen nuestra vida cotidiana. Una apuesta que, a partir de diferentes aplicaciones del dibujo (animación, mural, instalación…), otorga a lo secundario una solemnidad de tintes tragicómicos que nos autoriza a repensar algunas características universales inherentes al ser humano; como la duda, el miedo, la fortuna o la incansable búsqueda de algo mejor. Para ello, la artista utiliza un dibujo de herencia primitiva, hierática, medieval incluso, que parte de un imaginario simbolista (que no surrealista) para perfilar historias protagonizadas por personajes solitarios que parecen esperar algo que nunca llega a suceder. Un tarea constante de expectativa y resignación que incide de manera poética e irónica en los múltiples momentos de inseguridad que nos acechan en nuestro día a día.
Recordando experiencia (2010), pieza atípica dentro de su práctica, formada por cinco grandes dibujos (de los cuales sólo uno – Andreï. Madrid-Sofia – forma parte de La fábula mística), supone una acercamiento plástico al relato de vida de varias personas marcadas por experiencias de tránsito. Un proceso de traducción visual de un hecho concreto (el viaje individual) que, convertido en paisaje técnico de contemplación sublime (definido por colores aleatorios y curvas de nivel sugeridas por diferentes sucesos del pasado), genera un recorrido mental que se erige como resumen cartográfico de la experiencia vital del desarraigo.
La alteridad
Por último, Michel de Certeau considera en su ensayo que uno de los temas fundamentales de la mística reside en el concepto de alteridad. Es decir, en como la experiencia mística genera un gesto de aproximación al otro, entendiendo esa otredad como algo sobrenatural (divino) y ajeno por tanto a la condición humana del visionario. Si trasladamos esta idea a la práctica artística de Raúl Díaz Reyes (Madrid, 1977), nos encontramos con un símil irónico y popular a la dialéctica con el otro.
Pese a que no exista una relación evidente entre la mística y la ciencia-ficción, la experiencia visionaria y la especulación con los límites del conocimiento (religioso o pseudo-científico) siempre han sido conceptos claves para otorgar veracidad a aquello que no es racionalmente demostrable. Algo que, en los dibujos de Raúl Díaz Reyes, aúna lo místico y lo fantástico desde cierta curiosidad, atracción y temor por la figura del otro. Un otro sobrenatural y ausente, que seduce, amenaza y plantea una experiencia visionaria (pensemos por ejemplo en un avistamiento de ovnis, o en una sesión de espiritismo) próxima al éxtasis divino del místico.
El trabajo de Raúl Díaz Reyes apuesta por la confección de una cosmogonía personal basada en la recolección y apropiación de referentes de distinta índole – el cómic underground, el cine de ciencia-ficción, la literatura fantástica o a la propia historia del arte – para centrar su atención en contextos definidos desde cierta marginalidad y oposición a lo hegemónico, como el outsider art, el graffiti o el estudio de los fenómenos paranormales. Little Women (2010) supone un sutil proceso de collage en el que diferentes apariciones fantasmales alteran las dóciles y apacibles escenas de Mujercitas para convertirlo, sin perder su función, en una parodia grotesca. Por otro lado, la instalación de dibujos Sandra Cinto’s Folder (2010), guiño directo a los dibujos cósmicos de la artista brasileña Sandra Cinto, parte de la pseudociencia de la ufología para acercarnos a la experiencia extrema de la abducción alienígena. Una expansión de dibujos de pequeño formato que incluye libros sobre ovnis y un dibujo infantil del artista que, desde la ingenuidad propia de la infancia, intenta dar respuesta a su curiosidad precoz sobre lo desconocido.
Por tanto, y ya para acabar, podemos decir que La fábula mística supone un ejercicio de traducción conceptual de lo místico a lo artístico que no funciona literalmente (el artista no deviene un iluminado o un místico visionario que accede al éxtasis) sino que más bien, y como muestra su estructura capitular, se sustenta a base de un juego de parábolas, paradojas y lecturas entre líneas que permiten acercarse al artista y al místico a partir de toda una serie de similitudes discursivas. Dos posiciones idealistas – y creyentes – de baja o nula relevancia social pero que, al estar dotadas de una confianza extrema en aquello que realizan (es decir, al estar dotadas de fe), son capaces de abordar ideas universales y complejas desde sus prácticas y experiencias. En definitiva, La fábula mística sugiere un esquema de desdoblamiento en el que, a través de tomar cierta distancia en relación al trabajo del artista, perfila de un modo indirecto en lo que actualmente significa trabajar en arte. Y así, desde la distancia crítica que permite la fábula mística, analizar de manera más precisa y honesta lo que implica ser artista en nuestros días.
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